Un sueño que tuve, soñé que te conocía

Anoche soñé que te conocía. Fue como ver una película. Me levanté a las 4 am, pero con las imágenes del sueño nítidas en mi cerebro aún. Y hoy, a esta hora (21:24) aún siguen igual de nítidas que cuando desperté. No es común que yo recuerde mis sueños, la verdad los ignoro, no me gusta soñar, me es incómodo. Pero este sueño en particular me fascinó, y creo que es de esos que vale la pena escribir, así que aquí va:

"Yo llegaba en avión ese día a Buenos Aires. Estaba todo muy planificado. Mutuo acuerdo, y además era el momento de verte por primera vez, así, en vivo, face to face. Imagínate mi emoción. El vuelo aterrizó en Buenos Aires a eso del mediodía. Me bajé del avión y busqué mi maleta dentro del terminal. El aeropuerto tenía aire acondicionado y disfruté del frío, como era de esperarse. Pero sabía que era verano en ese momento, así que al salir me esperaba un calor infernal. El aeropuerto quedaba en pleno centro de la ciudad, pero en pleno centro! Tenía una sola pista de aterrizaje y la misma estaba flanqueada por edificios de lado y lado; edificios chiquitos, multicolores, viejos en su mayoría. Evidente falta de planificación urbana, eso de tener el aeropuerto en el mismísimo town centre. Ja. Salí del aeropuerto y comencé a caminar.
Yo vestía bermudas y una camiseta blanca, calzaba sandalias de esas que llevan los gringos cuando vienen al Caribe. Típico turista. Con una mano arrastraba mi maleta (la misma que me había llevado a England) y en la otra sostenía un papelito arrugado con tu dirección anotada. La habíamos chequeado y re-chequeado miles de veces por teléfono, para estar seguros. Las calles eran pequeñas, y se sentían como calles argentinas. La gente caminaba rápido y sin mirarse. Había muchos edificios chiquiticos por todos lados. También recuerdo buzones de correo, uno en especial, porque supe, al verlo, que era donde habías depositado el sobre que me habías mandado a Venezuela. Cosa de intuición. Me sudaban las manos de la emoción (y del calor), y se había corrido un poco la tinta que dibujaba tu dirección en el papelito. Nada grave, aún se podía leer. Comencé a preguntarle a la gente que pasaba por un lado cómo llegar a la dirección. Me decían, todos amables, todos porteños (al oírlos sabía que tu acento era distinto y sonreía por dentro): "Seguí por allí, como dos calles más, luego doblá a la derecha, continuá otro poco..." Etcétera. Parecía muy fácil llegar a donde vivías. Fue muy fácil. Seguí las instrucciones de los amablesporteños (just one word, let's define them that way) y me paré al llegar a una esquina donde parecía hacer más calor que en el resto de la calle. Me paré porque sentía que alguien me miraba desde algún sitio. Sentía su mirada fija sobre mí. Miré hacia los lados, hacia atrás, hacia delante. Nada. Pero seguía viéndome, quienquiera que fuese. Hasta que se me prendió el foco: Miré hacia arriba, hacia uno de los edificios chiquiticos. Allí, en una ventana grande y mirando a través de un enorme telescopio directamente hacia mí, estaba Yohami. Lo reconocí muy fácilmente. Traía una chqueta de jean, con ese calor! No lo podía entender. Pero me alegró verlo, porque eso significaba que había encontrado tu dirección. Yohami me hizo señas para que subiera y yo le hice caso, crucé la calle y encontré la puerta de entrada a la residencia. Era de madera, pintada de rojo. La pintura se había caído a trozos, por los años. El edificio lucía más pequeño desde afuera, pero lo cierto es que era bien espacioso una vez que te encontrabas dentro de él. Tenía dos apartamentos por piso, tres pisos en total, sin contar la planta baja. En el primer apartamento de la planta baja vivía la dueña de todo el edificio. Una amableporteña muy gorda y de voz aguda. Al pasar frente a su apartamento pude oler que estaba cebando mate. Jamás había olido mate en mi vida, por eso supe que era mate y no podía ser otra cosa más que mate. Cosa de intuición. La dueña en cuestión rentaba los apartamentos y a veces habitaciones dentro de los apartamentos, dependiendo de las posibilidades del potencial inquilino. Usted elija, joven. Yohami me esperaba en las escaleras del primer piso. Ustedes dos tenían un apartamento en el segundo, vivían juntos. Nos saludamos, armónicamente. Me dijo que estabas arriba preparando el almuerzo para los tres. Subí. Yohami me ayudó con la maleta (ja). Llegamos a la puerta de su apartamento. Temblaba de la emoción de conocerte. Yohami sacó unas llaves de su bolsillo y abrió. "Pasa, dave", me dijo. Pasé. Recorrí todo el apartamento con la mirada en un segundo. No te vi. Por un momento, en mi cerebro se agolpó la horrorosa idea de que todo era mentira, de que no estaba en Buenos Aires, de que todo era un sueño. Pero, justo cuando mi desesperación se salía de control, apareciste; saliste detrás de una puerta que no había visto en mi rápido vistazo de reconocimiento: la puerta de la cocina. Sonreías mucho. Estabas vestida ligera, estival. Me costó asimilar eso de verte por fin, era como ver una de tus fotos pero en movimiento. Te quise mucho en ese instante. Sentí ganas de llorar de la alegría. Corrí a abrazarte y lo pude hacer y no decías nada. Eras bajita, más bajita que yo, pero eras tú. Cynthia, Cy, Virginia Contreras, la chica que conocí en predicado.com. Mi soulsis.

"Bro" dijiste, sin más. Y yo te respondí: "Sis... Cy (o "sí")... sis"

Me instalé en la sala mientras terminabas el almuerzo. Humbrguesas con french fries, para la dieta (ja). Comimos. Fumé. Me enseñaste todo el apartamento, era pequeño. En un cuarto, Yohami tenía todo su equipo de grabar y mezclar sonidos, era espectacular. En otro, estaban tu PC y tus cosas tuyas. Y en la ventana, por supuesto, el gran telescopio. Me explicaste que Yohami se sentaba allí cada tarde a ver la gente que, al igual que yo, decidía detenerse precisamente en esa esquina. Además, esa ventana tenía la vista más espectacular que hubiera podido imaginar: daba exactamente al final de la pista de aterrizaje del aeropuerto, de modo que cuando algún avión aterrizaba parecía que iba a chocar directamente contra el apartamento, pero se detenía justo al frente, muy cerca. Parecía posible tocar el parabrisas del avión en el que había llegado a Buenos Aires, que casualmente seguía posado allí, frente a la ventana. Me enseñaste otras ventanas, las que usabas de miradores para tomar tus fotos de lifeness. Me encantaron. Me encantaba todo.

Yohami tenía que salir, iba a arreglar unos asuntos legales de su disco.

"Quieres ir a tomar un café?", preguntaste.

"Claro que sí, te tengo que hablar de muchas cosas", respondí

FIN DEL SUEÑO, al menos de la parte que recuerdo

El sueño más nice que he tenido en mucho tiempo =)